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Niños, yernos y sobrinos incómodos

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Por Fulvio Vaglio

Después de las condenas de Michael Cohen y Paul Manafort, después de la renuncia de John Kelly como jefe del equipo presidencial y después de que los jueces del Distrito Sur de Nueva York consideraron a Donald Trump como corresponsable e instigador de varios delitos ocurridos en la campaña de 2016, escalofríos recorren el espinazo del diablo presidencial. Sin embargo, no fue CNN que empezó a ventanear la palabra “impeachment”: fue Laura Ingraham de FOX News.

El intento de FOX es transparente: obligar a CNN y a los demócratas a pronunciar la palabra que todo tienen en mente, pero que nadie quiere decir en voz alta: el impeachment es un recurso que la Constitución norteamericana le otorga al Congreso para quitar de en medio a un Presidente, antes del fin de su mandato; sin embargo, al instituirlo, lo ha rodeado de alambres de púas casi insuperables: la Cámara puede votar la remoción de un presidente por simple mayoría de votos, pero el Senado la debe ratificar con dos terceras partes. El voto del Senado salvó a Andrew Johnson en 1868 y a Bill Clinton en 1998 de impeachments ya decretados por la Cámara.

Contrariamente a lo que comúnmente se piensa, tampoco Nixon fue removido del poder en 1974: dimitió antes de la votación y Jerry Ford lo perdonó. Además, existe, si no un mandato constitucional, al menos una tradición establecida en el Departamento de Justicia, según la cual un Presidente no puede ser enjuiciado mientras esté en funciones. Con estos antecedentes, la administración Trump quiere forzar a los demócratas a plantear un impeachment y/o un juicio que probablemente no prosperarían, obligándolos a desperdiciar municiones para la contienda de 2020.

Pero este año hay una variante muy interesante: es muy posible que Trump no sea enjuiciado y que tampoco se llegue a removerlo; pero Jared Kushner, Ivanka, Donald Jr. y Eric Trump podrían ser llamados a declarar bajo juramento y, si encontrados culpables, condenados a largas penas de cárcel; y no por encubrir los pagos a un par de starlets, sino por ser puntas de diamante en el negocio de la Trump Tower in Moscú y de la injerencia rusa en las elecciones de 2016. Es posible que se ataque a Trump no por donde parece inexpugnable, sino donde es más vulnerable: la familia y la organización (que terminan siendo la misma cosa).

Seguro “daddy” protegería a sus familiares utilizando el poder absoluto de perdón que
la Constitución
le atribuye al Presidente: ¿o no? ¿Qué prevalecerá, las consideraciones de poder o las lealtades familiares?

Material para tragedia griega o drama histórico shakespeariano de lo puro.

Meng Wangzhou es otra hija incómoda (es hija y heredera del fundador de Huawei, la principal productora y exportadora china de equipos electrónicos): su detención, en territorio canadiense pero a instancia estadounidense, la ha colocado como pieza fundamental en el conflicto entre la administración Trump y la de Xi-Jin- ping; más allá de las convulsiones que su detención ha provocado en los índices de NASDAQ, hay mucho más en juego que una guerra de aranceles y sanciones: Huawei es la más fuerte contrincante china en el mercado de la tecnología 5-G, en el que se juega el dominio mundial de la informática en las próximas décadas.

China exporta celulares a todo el mundo, pero por el momento importa los componentes esenciales de sus chips (los semiconductores) producidos por otros jugadores importantes en ese tablero (Taiwán, Corea del Sur, Japón y EU); el gobierno chino ha anunciado un programa ambicioso (el “Made in China 2025”) para eliminar su dependencia del extranjero; la empresa principal involucrada en este programa es Huawei; un golpe contra Huawei es un golpe a la estabilidad de Xi-Jinping en el poder político chino y, en el mismo tiempo, una inyección de optimismo para los aliados de Trump (en particular Taiwán, que sigue siendo la sede oficial de Foxconn). Hasta qué punto la administración Trump está decidida a llevar esta guerra en aras de otras consideraciones geopolíticas, es una interrogante para los dos próximos años.

La última duda por esclarecer es quién, en la familia real saudita, ordenó el asesinato de Khashoggi. Los representantes demócratas en el Congreso han criticado la lentitud de la administración Trump en condenar al príncipe heredero, Mohammed Bin Salman, y es probable que insistan en la misma línea en 2019 cuando tengan la mayoría en la Cámara, pues les servirá para mantener vigilados los intereses de la Organización Trump en el Medio Oriente.

Sin embargo, este periódico y esta columna han sido los primeros en advertir que la acusación en contra de Bin Salman no es necesariamente justificada: la familia real saudita tiene 20 mil miembros si se cuentan parientes lejanos y clientes, y 2 mil si nos ceñimos a las ramas más encumbradas. La lucha para la sucesión recién ha empezado con la “remodelación” sucesoria de 2017, que le dio la posición a Bin Salmán quitándosela a su sobrino Mohammed Bin Nayif. Sigue pareciéndome increíble que el heredero actual se haya expuesto al ludibrio internacional organizando un asesinato tan poco “limpio”; y sigo sin entender por qué los medios de todo el mundo no hayan planteado siquiera la posibilidad de que el asesinato de Khashoggi haya sido una emboscada al príncipe de la corona, fraguada por algún aspirante heredero decepcionado.

 

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