Gianfranco Vidal
“Espero el día en que sea electa una mujer para la Presidencia de la República; sin embargo, y muy a mi pesar, no se vislumbra en un futuro cercano”, fue mi comentario final durante un debate sobre la paridad de género en la política mexicana. Evidentemente tanto en política, como en los demás campos de la vida diaria, es una realidad que las mujeres sufren de rezago, discriminación, acoso y violencia.
Históricamente el papel de la mujer ha sido menospreciado, excluido y segregado. Fue en 1953 cuando las mujeres conquistaron el derecho al voto en nuestro país, fue gracias a la lucha de cientos de mujeres valientes que se atrevieron a dar un paso adelante en favor de la libertad y la igualdad. Fueron aquellos movimientos sindicalistas de finales del siglo XIX, aquellos movimientos feministas del siglo XX los que dieron paso a una mayor igualdad.
Sin embargo, hoy, en pleno siglo XXI, millones de mujeres alrededor del mundo siguen sufriendo atropellos a sus derechos más fundamentales, en Medio Oriente la mujer no tiene libertad de elegir con quien contraer matrimonio, ni siquiera pensar en ocupar un cargo público relevante; en varios países africanos las mujeres son objeto de mutilaciones y demás torturas; no vayamos tan lejos, en nuestro país niñas de diversas comunidades indígenas son obligadas a casarse siendo menores de edad, a mujeres democráticamente electas se les ha obligado a renunciar a sus cargos para cederlos a hombres, entre muchos ejemplos más.
La desigualdad laboral y de acceso a oportunidades entre hombres y mujeres es evidente, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares el 61% de las mujeres de 15 años o más ha sufrido violencia. Un estudio reciente de Naciones Unidas señala que México se encuentra dentro de los 10 países con más feminicidios en el mundo, de igual manera, las mujeres ganan en promedio 22.9% menos que los hombres, y la proporción de mujeres que ocupan cargos directivos es alarmante.
Lo más reciente son los secuestros, feminicidios y desapariciones forzadas en diversas partes de nuestro país, esta situación ha llegado a niveles alarmantes y nunca antes vistos. No es correcto normalizar esta situación de violencia, no debemos pasar por alto el hecho de que vidas humanas están sufriendo. Debemos empezar por aceptar el hecho de la discriminación hacia la mujer arraigada en la cultura popular, debemos cambiar radicalmente los estereotipos sociales y los modismos, debemos arrancar de raíz la cultura machista y transitar hacia una sociedad más igualitaria.
Seamos esa generación que cambie los errores del pasado, que se una sin distinción alguna en favor de una patria más justa, más libre y más próspera. Dejemos de normalizar los piropos con doble sentido, dejemos normalizar las miradas incómodas, dejemos de normalizar la exclusión de la mujer. Defendamos a quien está en peligro, ayudemos a quien lo necesita, levantemos la voz en contra de la injusticia, y sobre todo respetemos a todos por igual, sin distinción alguna, por el simple hecho de que todos los seres humanos tenemos una dignidad.
Somos más quienes lucharemos incansablemente por que las mujeres obtengan la plena igualdad en todas partes del territorio, que puedan salir a la calle sin miedo, que aquella niña de la sierra de Oaxaca tenga las oportunidades de salir adelante y cumplir sus sueños, que cada vez más mujeres conquisten cargos de elección popular, que cada vez haya más directoras de empresas, artistas, científicas, escritoras, etc., finalmente, que puedan ejercer su derecho a la libertad y a la felicidad.
