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¿Habemus Brexit?

Probablemente, hoy mismo Boris Johnson tomará el mando del Partido Conservador y del Gobierno Británico. ¿Cómo se inserta esto en el ajedrez internacional de la administración Trump?

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Fulvio Vaglio

Para cuando salga el impreso de esta semana, ya se sabrá si el nuevo primer ministro británico será Boris Johnson o Jeremy Hunt. Johnson es favorito y goza del apoyo de Trump, quien ya da por sentado que su protegido ganará la votación interna del partido conservador: el viernes pasado, 19 de julio, en conferencia de prensa en la Casa Blanca, ha declarado que Johnson “hará” un gran trabajo como Primer Ministro. Hará, no “haría”; futuro certero, no posible.

Johnson ya ha agradecido anticipadamente el espaldarazo, negándose a condenar la reacción virulenta de Trump a los comentarios del embajador británico en Washington sobre su administración. El caso había unificado momentáneamente el Parlamento británico en una insurgencia de indignado patriotismo, y polarizado las posiciones entre los dos rivales para la sucesión de Theresa May. La fuerte posibilidad de que Johnson gane la contienda interna del partido conservador ha acelerado la renuncia del embajador, con abierta satisfacción de Trump.

En la misma declaración, Trump ha fustigado a May por haber hecho un “pésimo trabajo” en las negociaciones del Brexit. Ambas cosas (el reproche a May y el elogio a Johnson) son historia vieja: hace prácticamente un año (el 13 de julio de 2018), Trump había criticado el desempeño de la Primer Ministro; su operador en Europa, Steve Bannon, había contrapuesto a la impericia de Theresa May las iluminantes recetas que se pueden extraer del libro sagrado de su patrón, “El Arte de Negociar”.

La crítica de Trump a May había sido todo, menos que un exabrupto no calculado; había causado una ruptura en el gobierno conservador y la renuncia de Johnson a su puesto en el gabinete de Theresa May: en la escritura del discurso de renuncia, Johnson había sido asesorado “durante todo el fin de semana” por el propio Bannon; Johnson lo había negado, obviamente, pero el episodio ha sido confirmado por una entrevista que el propio Bannon concedió al cineasta norteamericano Alison Klayman y que ha sido filtrada, este 22 de junio, por el periódico británico Observer.

La tirada de Trump es transparente: tener a un conservador radical en el puesto de mando del partido y del gobierno en el momento en que se acerca la salida del Reino Unidos de la Unión Europea. La consigna de Johnson es que para el 31 de octubre el Brexit se consumará con o sin un acuerdo con la Unión; para comparación, su rival Jeremy Hunt está dispuesto a esperar hasta “antes de Navidad” para dar un paso tan decisivo, y Theresa May no contemplaba realmente un “no-deal Brexit”; el vice-primer mistro (no oficial) de May, David Lidington, ha revelado que la Unión Europea, antes de las elecciones del 29 de mayo, estaba lista para negociar un “congelamiento” del Brexit por cinco años.

En realidad, Johnson puja por un “no-deal”. CNN ha calculado que, de aquí al 31 de octubre, y considerando recesos y vacaciones, el parlamento británico solo tendrá 30 días hábiles para discutir y aprobar un eventual nuevo acuerdo con la Unión Europea. Ya se habla de que Johnson intentaría suspender el Parlamento (prorrogarlo, es el término técnico de la legislación británica) hasta fecha indefinida, para poder ejercer su privilegio ejecutivo y decidir sin obstáculo la ruta que él, Bannon y Trump prefieran. El parlamento, mientras escribo esta nota, está elaborando una reforma legislativa para bloquear la iniciativa de Johnson, si es que se da.

¿Qué piensa conseguir, Donald Trump, con el “Brexit duro”? Quizás no destruir por completo la UE, pero sí debilitarla al punto que no pueda ejercer un peso determinante en la repartición, ya en curso, del poder económico y militar al nivel mundial. Los analistas económicos y los empresarios británicos no se hacen ilusiones: un Brexit sin acuerdo desencadenará una recesión que será mucho más fuerte en el Reino Unido que en la Unión; no es difícil imaginar que Estados Unidos le tienda una mano salvadora al náufrago Johnson y en el mismo tiempo lo jale hacia su lado con un cuchillo oculto detrás de su espalda (finalmente, falta muy poco para el cincuenta cumpleaños de Naranja Mecánica).

El juego le puede salir, si logra que el Brexit termine siendo lo que Estados Unidos quiso que fuera desde un inicio: la primera de una larga serie de secesiones. Un nuevo Plan Marshall para una Europa a la deriva: ésta es la otra cara de la Internacional Populista promovida, desde hace dos años, por Bannon a través de su prestanombre belga Mischaël Modrikamen.  La adhesión de la ultraderecha europea a este proyecto no ha sido pareja:  Viktor Órban, feliz de la vida (ya lo ha demostrado con su visita a Washington a mediados de mayo); Matteo Salvini más reticente, mientras vea cuánto provecho le puede sacar de su triunfo electoral del 29 de mayo; lo mismo Marine Le Pen.

En este escenario, Boris Johnson se está dando cuenta de que necesita distanciarse un poquito de la imagen avasalladora de Trump: ya corren rumores de que va a incorporar a su gabinete a Priti Patel, una ultraconservadora muy cuestionada por su manejo personalista de las relaciones internacionales (específicamente con el ejército israelí), pero que tiene las ventajas políticas de ser mujer, de origen ugandés e hindú. Johnson, escribe el Independent, necesita demostrar que no es el Donald Trump británico. Todo parece demostrar que no le será (o “sería”) fácil: finalmente, y dicho en voz baja, sí lo es.

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