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INTERSECCIONES / Irrelevante

Los Europeos estaban acostumbrados a pensar que el autogolpe sólo se daba en las repúblicas bananeras. Esto últimos años ya han tenido varios en sus terruños, fallidos o en veremos.

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Fulvio Vaglio

Ha empezado con la maniobra Salvini a finales de julio: hacer caer la coalición de gobierno en la que su partido es punta de lanza, con el objetivo de llegar a nuevas elecciones que le darían el poder de reinar absolutamente, puede llamarse o no un autogolpe: hay quienes lo niegan, pero no quisiera meterme de entrada en cuestiones de semántica político-jurídicas. Retomaré el punto más tarde: el hecho es que hasta ahora Salvini se ha enemistado con casi todos: los medios, los analistas, los otros partidos que no sean los neofascistas de Fratelli d’Italia. Resultado: hasta ahora ha fracasado; el nuevo Gobierno Conte ha empezado a dar los primeros pasos, aunque sea trastabillando como un bebé.

Por el momento, a Salvini les quedan una esperanza y una maniobra: La esperanza, de que los feudos de poder en la nueva coalición, disfrazados de luchas programáticas, hagan caer el niño antes de que se mueva con seguridad; y la maniobra para que las comisiones parlamentarias, varias de las cuales están bajo el control de La Lega, sirvan para chantajear, presionar, obstaculizar, paralizar el itinerario del flamante gobierno en los próximos meses. Jugada arriesgada, pero aún puede salirle; por el momento las encuestas de opinión muestran que la popularidad de Salvini está a la baja, la del Cinque Stelle y del Partito Democratico se recupera un poco (¿quién lo hubiera dicho, hace solamente unas semanas?) y la del “premier” Giuseppe Conte y del presidente Mattarella están en claro repunte. ¿Un plebiscito informal en defensa de los valores democráticos? Podría ser, pero no adelantemos vísperas.

Autogolpe fallido o no, no es la primera vez que la ultraderecha lo intenta. Recordemos que Theresa May lo intentó después del referéndum sobre el Brexit, seguras de que unas elecciones extemporáneas le darían la estrepitosa mayoría que tanto anhelaba. Le fue como en feria en las elecciones y, dos años después, perdió la confianza del Parlamento (y no nos engañemos: Theresa May era y es ultraderecha, el que no le haya salido lo de ser la nueva Margaret Thatcher no cambia la cuestión). Tampoco fue la única: Macron hace un año pidió un voto avasallador que confirmara su proyecto, y no lo consiguió (al contrario, el “redimensionamiento” de “En Marche” le dio nueva vida al frente ultraderechista de Marine Le Pen).

Con Putin es un poco distinto: las elecciones generales lo han refrendado por cuarta vez, pero las campañas electorales locales, actualmente en curso, amenazan con resquebrajar su imperio de cristal: le ha pasado hace unos pocos meses con su homólogo Erdoğan quien, después de reconfirmarse en el gobierno central, ha perdido la poderosa, fuerte, occidentalizada provincia de Istambul. Fuera de Europa, es posible que le pase a Jair Bolsonaro, si es tan menso, o confiado, de llamar al voto popular en este año de incendios; al parecer, el único autogolpe disfrazado de elecciones extemporánea que aún le está funcionando a su autor es el de Maduro.

Pero regresemos a Europa y al último autogolpe. Aquí ni los puristas más encarnizados de la semántica política se atreven a negarlo; a lo sumo, se escudan detrás de la frágil defensa de que, en general, la suspensión del Parlamento es bastante común en la pragmática política inglesa, aunque admiten que “habitualmente” no se usa para paralizar el gobierno frente a una crisis profunda y de larguísimo alcance, como la que Boris Johnson enfrenta con su Brexit: una jugada maestra, la definen los medios, inclusive los que suelen ser más prudentes como la BBC; una traición, la llaman los laboristas mientras se les acaba el tiempo para decidir su línea. Si la jugada le sale a Boris Johnson, lo sabremos el 15 de septiembre si le cambiamos canal a las fiestas patrias y sintonizamos la BBC.

Por el momento hay un colofón interesante del interminable culebrón del Brexit. El público que hoy, sábado 31 de agosto, ha estado demostrando en las calles de Londres, Birmingham, Manchester, Oxford, Glasgow, Bristol, Liverpool y dos o tres otras incluida Belfast, tenía muy  claro quién es el ganador de esta contienda: no el partido laborista, más inclinado a formar “gobiernos-sombra” que no deciden nada, que a asumir responsabilidad políticas de oposición (llama la atención que el siempre prudentísimo Jeremy Corbin decidió hablar en un rally en un suburbio “seguro” en vez de enfrentar las muchedumbres, más radicalizadas y críticas, de las ciudades mayores). Pero ni siquiera Boris Johnson, al que los carteles y memes de los manifestantes pintaban como un novio emasculado y sumiso de Trump.

El ganador era Trump, obviamente; pero el comentario más revelador y patético, para los que estamos medianamente familiarizados con la idiosincrasia monárquica de los ingleses, es el cartel que tachaba a Isabel II de “irrelevante”. Final amargo de una imagen que había logrado mantenerse, si no intacta, por lo menos erguida contra los vientos y mareas de estos últimos dos siglos, y especialmente de los últimos sesenta y siete años, teleseries incluidas. Háganle el favor, mándensela a Salvini para que lo apoye, ya que el presidente de la república no puede o no quiere hacerlo.

Ah, y ni se les ocurra mandársela a Pedro Sánchez; otro que está así, pero así, de pensar en un autogolpe, en la acepción amplia que he usado hasta aquí; y a mí, al menos, me parece claro que saldría raspado.

Lo nuestro es la #política en la #CDMX; si en verdad te late la grilla chilanga en las redes, visita nuestra página: https://elinfluyente.mx

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