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Capital Político

Morena, como burro sin mecate

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Adrián Rueda 

Antes de que iniciara la actual legislatura del Congreso de la Ciudad de México, y con el conocimiento de que Morena tendría una aplastante mayoría, Claudia Sheinbaum reunió a su fracción y le advirtió que lo que menos quería era que se formaran tribus.

Obviamente, la jefa de Gobierno metió su cuchara en la fracción, como corresponde a la tradición de que quien gobierna la capital es el jefe político local del partido. Por eso se atrevió a dar la orden directamente.

Pero sus compañeros de partido hicieron oídos sordos al señalamiento y, en menos de lo que canta un ganso, ya habían conformado tres grupos, que se peleaban rabiosamente el control de los dineros y la estructura en Donceles.

Ni la imposición de Ernestina Godoy, primero, ni la de Ricardo El Mandibulín Ruiz, después, lograron cohesionar la fracción y, por el contrario, ahondaron en su división.

Hace apenas unas semanas, una tribu morena, en voz de la diputada Guadalupe Chavira —un cadáver político que revivió en 2018—, le pidió a Sheinbaum no meter su cuchara y le dijo que instruyera a su secretaria de Gobierno, Rosa Icela Rodríguez, para que callara.

O sea, los morenos ya no tan sólo simulaban escuchar a la jefa de Gobierno, aunque al final no la pelaran, sino que, de plano, le dijeron que no se metiera donde no la llamaban.

Y eso sí calienta —dijera el clásico—, porque es duro que, como jefa política de la capital, Claudia no pueda opinar sobre quién debe coordinar el Poder Legislativo, en manos de su propio partido.

Mejor la oposición le hace más caso y le despensa cierto respeto.

Ayer, la funcionaria fue cuestionada por la crisis nacional que vive Morena, con dos dirigentes chafas —una espuria y otro patito (o gansito)—, y dijo que confiaba en que todo se resolvería pronto, aunque declinó meterse más al tema, pues dijo que no intervendría.

Lejos de escurrir el bulto, Sheinbaum debería opinar no sólo sobre el desgarriate que tiene su propia fracción en la capital, sino del escandalazo que trae su dirigencia nacional. A final de cuentas, la jefa de Gobierno es un activo importante del partido… ¿o ya no?

Está claro que no se mete porque no tiene la fuerza suficiente para influir, lo cual es triste porque, a pesar de contar con una aplastante mayoría —la cual no tuvo ninguno de sus antecesores—, es la gobernante más débil de la ciudad desde que la izquierda ganó, en 1997.

Sus órdenes no son acatadas, sus recomendaciones no son atendidas y, lo peor, cuando habla ella parece que le habla a la pared, pues ninguno de sus compañeros se mosquea siquiera cuando el grupo decide ignorarla.

Así no se puede gobernar y eso se nota.

CENTAVITOS

Otro asunto en el que tampoco le hacen mucho caso es en el control del Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno, pues mientras ella, las autoridades laborales y hasta la propia FSTSE amenazan con aplicar la ley a los rebeldes que se autoproclamaron ganadores de las supuestas elecciones sindicales, el desafiante Hugo Alonso insiste en que él es el jefe y ni se inmuta ante las advertencias. Y cómo no, si ve que en el Antiguo Ayuntamiento no hay autoridad y ni sus propios diputados la pelan, ¿por qué lo harían los rebeldes?

Periodista, especializado en política de la CDMX. Editor y columnista

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