Gianfranco Vidal
En el mundo existen alrededor de 124 países, dependiendo del contexto político del que se hable, México está dentro de los 25 países más inseguros del mundo por el número de homicidios cometidos. Además de esto, nuestro país ocupa el lugar 23 por feminicidios, con un promedio en 2018 de 3 feminicidios al día. Tan solo de diciembre de 2018 a diciembre de 2019 se cometieron cerca de 1,063 asesinatos de mujeres, una cifra verdaderamente preocupante.
Sin embargo, estos datos no son las únicas cifras que desenmascaran de cuerpo completo un problema tan grave y tan profundamente arraigado como lo es el feminicidio. Según cifras de la ONU, en México 6 de cada 10 mujeres ha sufrido algún acto de violencia durante su vida, además, cerca del 40% de la población femenina ha sufrido algún acto de agresión sexual. Con estos datos podemos vislumbrar una problemática tan grande como lo es la violencia contra las mujeres por el simple hecho de ser mujeres.
Los casos más recientes de feminicidios, como son el de Ingrid, quien fue brutalmente asesinada por su pareja, y de Fátima, una niña de 7 años la cual fue asesinada para tráfico de órganos, solo sacan a la luz una problemática sistemática mucho más grave y profunda. Una problemática que tiene sus orígenes en el arraigo cultural mismo del mexicano y el gen machista que predomina en el ideario colectivo.
Los casos de Ingrid y Fátima, además de lamentables e inaceptables, deben servir como un llamado de emergencia y de auxilio a una autoridad carente de legitimidad moral y que se ha cruzado de brazos en la inacción y en la indiferencia. Hace unos días fueron ellas, hoy van más de 3 mujeres asesinadas en algún lugar del país y cuyos nombres no han salido a la luz; día con día las mujeres son asesinadas y ultrajadas, día con día las familias son destruidas y son víctimas de un aparato gubernamental carente de capacidad para aplicar la justicia y el estado de derecho.
Estos casos, sumados a las marchas que miles de mujeres valientes han realizado a lo largo de estos meses, deben ser el parteaguas de un cambio social completo y tajante; se debe exigir a las autoridades que apliquen la ley a cabalidad; se debe exigir a nuestros gobernantes que nos protejan a todos y a todas; se debe exigir un sistema de justicia imparcial, eficaz y transparente; se deben exigir policías profesionales y con altos estándares éticos; se debe exigir paz y justicia social, y sobre todo, se debe exigir el derecho humano y universal a tener una vida libre de violencia.
Sin embargo, no solo son las medidas sistemáticas las que deben ser exigibles, se debe cambiar el paradigma cultural de raíz, se debe arrancar de un solo tajo el germen machista de la sociedad mexicana. Somos nosotros, los varones, los que estamos llamados y obligados a cambiar las formas de vida y de pensamiento, eliminando el machismo a cualquier escala, eliminando la cosificación de las mujeres, eliminando los comentarios sarcásticos e irónicos sobre el prejuicio del lugar de la mujer en la sociedad occidental, eliminando a aquellas “amistades” que hacen, promueven o consienten actos contrarios a la más alta dignidad e todas las personas, sin importar su sexo. Esto y mucho más es lo que tenemos la obligación de erradicar de una vez por todas.
No permitas que tu amigo se pase de listo con una mujer, no hagas comentarios ni miradas impropios, no consientas las actitudes machistas en el antro, en la plática familiar, en la plática con amigos, en la clase, ni en cualquier otro lugar, debemos cambiar los paradigmas cueste lo que cueste y avanzar juntos como sociedad a mejores situaciones; no se trata de partirse la madre por las mujeres, se trata de erradicar la raíz machista de nuestros círculos sociales, se trata de respetar a todas las personas por el simple hecho de ser personas, se trata de ser consciente de que la dignidad, la libertad y la vida humana deben ser los valores supremos de toda sociedad.
Por un México donde cada niña, joven, mujer y cualquier persona pueda salir de noche sin temor a ser violada o asesinada, por un país donde se garantice la paz y el derecho inalienable a la felicidad.
