A lo largo de toda la historia humana ha existido la desigualdad, no es una realidad exclusiva de la era capitalista, desde tiempos de las cavernas la ley de la supervivencia del más fuerte es parte de nuestra naturaleza. En la actualidad existe el auge de la discusión sobre la desigualdad, cómo combatirla y cómo hacer de nuestras sociedades más igualitarias, tanto desde una perspectiva social como económica. Sin embargo, dicha discusión se ha tergiversado y se ha desviado del camino que debería de tener.
Muchos gobiernos del mundo, especialmente de izquierda, han utilizado el discurso de la desigualdad a su favor, ellos plantean crear una sociedad más igualitaria cerrando la brecha entre clases altas y clases bajas. Pero, ahí radica la diferencia de enfoque sobre la presente disertación; se puede crear una sociedad más igualitaria elevando los estándares de vida para toda la población, servicios, ingresos, garantías, entre muchas más, de esta manera se estimula a que más personas salgan de la pobreza e ingresen a las filas de las clases medias bajas, sin afectar sustancialmente a las clases más privilegiadas; por el otro lado, también se puede crear una sociedad más igualitaria bajando los estándares de vida de la población, se atiende única y precariamente a las clases más desfavorecidas para que puedan ascender a una clase baja moderada y se afecta adrede a las clases medias y altas, con la finalidad de que las clases medias bajen a pobres.
La historia nos ha demostrado en múltiples ocasiones la fantasía utópica de una sociedad totalmente igual, basta mencionar el fracaso rotundo de los regímenes comunistas del siglo XX. La naturaleza humana misma nos hace desiguales, siempre habrá alguien más fuerte que pueda abusar del más débil, y es ahí donde surge el fundamento primigenio del estado, un pacto social de suma de voluntades que garantice la protección e integridad de los individuos. Con la primicia del estado se presupone que quien detenta el poder es más privilegiado que el resto de la población. Segundo punto, una característica innata del ser humano es la libertad, somos seres libres con capacidad de innovar y crear, el desarrollo de la humanidad entera se ha dado por la libre iniciativa de los hombres. Entonces, el sistema económico dominante debe garantizar la libertad de las personas, ahí surge otra causa de la desigualdad, no todos tienen la misma aversión al riesgo, no todos tienen la misma preparación para innovar y crear conforme a las reglas del mercado.
El estado debe garantizar un suelo mínimo de bienestar para su población, uno de los pilares fundamentales del bienestar es la riqueza, se deben garantizar las condiciones para una óptima creación de riqueza. La riqueza crea empleos y bienestar, sin embargo, uno de los argumentos más sonados y válidos de líderes izquierdistas es la ineficacia en la distribución de la misma. Esto es completamente cierto, el sistema económico que impera desde los años 70’s ha exacerbado a grados mayúsculos la desigualdad mundial, al grado que el 1% más rico del planeta posee más riqueza que casi la mitad de la humanidad. El discurso de la desigualdad debería enfocarse en sacar a la gente de la pobreza y de generar reformas fiscales que impongan el pago progresivo de impuestos a las clases más favorecidas.
El bienestar de toda sociedad depende de muchos factores, tanto tangibles como intangibles, sin embargo, la creación de la riqueza es requisito indispensable para el bienestar de un pueblo; se debe fomentar la libre competencia, se debe fomentar la innovación tecnológica y científica, se debe alentar a la libre iniciativa de las personas, pero, debe de hacerse bajo un enfoque progresista, se debe sacar a la gente de la pobreza sin afectar a los más privilegiados, ahí radica el verdadero dilema de la desigualdad. Un país prospera cuando crea riqueza y suelo parejo para todos, no cuando se logra mayor igualdad a base de hacernos más pobres.
