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Economía para Principiantes

La pandemia a la mexicana

Una vez más, parece que todos hemos aceptado los riesgos y los asumimos con una normalidad que espanta

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Yo estoy seguro de que por las venas de los mexicanos corre una sangre diferente a la de todos los seres humanos del orbe. Lo digo en sentido figurado, por supuesto, y me viene a la mente la concepción que tenemos en este país con los temas relacionados con la muerte; nuestra relación con la huesuda no tiene comparación alguna en el mundo, y lo digo desde nuestras costumbres tan arraigadas como el día de muertos, hasta aquellos que el guardan devoción a la Santa Muerte. En ningún lugar del mundo
se comparte nuestra filosofía sobre este tema.

Lo anterior lo podemos corroborar muy fácilmente con la violencia cotidiana en nuestro país. Hasta no hace muchos años, vivíamos en un país tranquilo en el que podíamos transitar a cualquier hora y por cualquier lugar y el máximo riesgo que corríamos era el ser sorprendidos por un carterista que nos echara a perder la cena o que nos dejara sin dinero para llegar al fin de la quincena.

Posteriormente, hicieron su aparición pública los primeros grupos delictivos en algunas regiones del país, y generaron un sentimiento generalizado de horror entre la población. Aparecieron los primeros cuerpos colgados de puentes a plena luz del día, y en el estado de Michoacán, comenzó la práctica de decapitar a los integrantes de bandas contrarias. Muy pronto ese tipo de noticias se volvió tan regular que pasó a formar parte de nuestra normalidad. Los mexicanos lo aceptamos y lo digerimos como algo cotidiano, algo normal.

Después de esos casos particulares, sucedieron las primeras masacres en donde en un solo acto, decenas de personas podían perder la vida. Al mismo tiempo nos familiarizamos con los nombres de los grupos delictivos, y todos hablábamos de los “Z” del “Cartel de Sinaloa” del “Cartel del Golfo” de “La Familia Michoacana”. Nombrar a esos grupos era tan sencillo como nombrar a cualquier equipo de futbol. Si en un día fallecían 200, 300 o 500 jóvenes en estados como Tamaulipas, Sinaloa, Guerrero o Veracruz, a nadie sorprendía. Asumimos la desgracia como parte de la normalidad.

Hago este recuento porque encuentro un paralelismo perfecto con lo que está sucediendo en el comportamiento colectivo de los mexicanos frente al SARS-Cov-2. Al inicio, la noticia nos cayó como bomba. El enterarnos del primer caso y de la primera defunción nos sorprendieron a tal manera que la todos decidimos encerrarnos en nuestros domicilios a piedra y lodo, como en espera del Apocalipsis. Al paso de los días, los casos se multiplicaron y el círculo en torno a todos se fue cerrando. En muy poco tiempo, todos conocimos de algún caso cercano que había sido contagiado o había fallecido.

El avance de la pandemia se volvió parte de la normalidad, y como si nos hubiésemos resignado a contagiarnos, decidimos salir a la calle haciendo caso omiso de las autoridades. Total, de algo tenemos que morirnos dice la filosofía mexicana. Una vez más, parece que todos hemos aceptado los riesgos y
los asumimos con una normalidad que espanta. Esa es la pandemia a la mexicana, y si
nos toca, pues ya nos tocaba. Ni hablar.

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